Los chozos son circulares, con techumbre de piedra o de ramas y escobas, de forma cónica y sin cimentación. La pared levanta hasta el metro y medio aproximadamente, dejando un hueco para la puerta, normalmente de madera, flanqueada por dos grandes piedras a modo de jambas y un dintel, también de piedra. Encima de la pared comienza la falsa cúpula, con lanchas que van cerrando la bóveda, hasta rematarla con una losa llamada "el corono". El interior, de unos 3 ó 4 m de diámetro, está enlosado con lanchas. En la pared, un pequeño hueco interior funciona a modo de alacena para guardar los enseres de cocina. En ocasiones se revocaba una parte interior de la pared con barro, lugar donde se montaba el camastro, de tajos de madera, escobas, helechos (en invierno), una pequeña almohada y las mantas. En el lado contrario estaba la lumbre (el fuego), para cocinar y calentarse sentado en una banqueta de tres patas. Repartidos por las paredes estaban los enseres habituales de los moradores de estos chozos: los zahones, las alforjas, el morral (o zurrón), el sombrero, la manta del pastor, la cuerna para beber y la bota de vino.
Proyectada a través de la experiencia y el saber de generaciones anteriores, los testimonios de nuestra cultura tradicional se ven representados en el Valle por chozos para el cobijo de personas y tinados, zahurdas o majadas para los animales, además de otras construcciones similares que enriquecen el paisaje físico y humano. Singularmente rica en este tipo de vetustas construcciones agropastoriles, es la zona donde actualmente nos encontramos, con más de un centenar de chozos de piedra censados. Edificaciones con cientos de años de antigüedad, realizadas con los materiales disponibles del entorno, para resguardarse de las inclemencias del tiempo y permanecer cerca del sustento de vida.